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viernes, 1 de febrero de 2013

transgénicos y falsos profetas, respuesta




Ciencia, sentido crítico y transgénicos


GERARDO DEL VALLE CARAZO MÉDICO NEURÓLOGO INTERNISTA 

Quienes nos oponemos al cultivo de organismos genéticamente modificados, no estamos condenando la investigación ni la tecnología en sí, sino el uso de la “ciencia sin conciencia”, parafraseando el artículo del profesor Víctor Toledo de la UNAM , en la discusión sobre los transgénicos.
Con unas cuantas palabras, el viceministro de Ciencia y Tecnología, Kéilor Rojas, le quiere dar vuelta a la tortilla y utiliza argumentos que, si se les analiza concienzudamente, no justifican el uso de los transgénicos (La Nación, Foro, “ Transgénicos y falsos profetas ”, 26/01/2013).
El señor viceministro se refiere a que una empresa particular quiere sembrar maíz transgénico, siendo en la realidad una multinacional, uno de los pocos monopolios biotecnológicos del mundo el que está detrás del negocio.
La definición de organismo transgénico ya es ampliamente conocida y, como dice el señor Rojas, les permite, en el caso de las plantas, ser más resistentes a los herbicidas e insecticidas, obteniendo frutos de aspecto más saludable. Sin embargo, las plantas pueden absorber estos tóxicos y causar daño ecológico, como sucedió con las mariposas monarca en Europa o con el episodio de las vacas que murieron al ser alimentadas solo con piensos transgénicos porque a su dueño le salía más barato.
Datos para investigación. Es bueno saber que los alimentos transgénicos están llegando a nuestros platos desde hace 20 años, como lo señala el señor Rojas, pues seguramente los hemos ingerido sin enterarnos y sin que los médicos podamos obtener la información de si el o los pacientes los consumieron, para establecer una correlación clínico-epidemiológica (causa- efecto).
Por esto, es urgente que en el país se obligue a rotular los alimentos para humanos y animales que contengan derivados de transgénicos. Esto permitirá tener grupos control en las personas que se niegan a consumirlos, para aclarar cuán dañinos pueden resultar para los que sí los aceptan.
Hace referencia el señor Rojas a las tortillas y al jarabe de maíz. Ya está comprobado que el jarabe de maíz alto en fructuosa, o azúcar de maíz, como se le llama últimamente, favorece la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares como cualquier otro clorhidrato de alto poder glucémico.
En cuanto a la insulina y otros medicamentos de origen transgénico (principalmente inmunomoduladores), son y serán bienvenidos si se les utiliza puntualmente en pacientes que necesitan de estos medicamentos. Sin embargo, como médico, estoy consciente de que en cada caso debemos evaluar riesgo-beneficio.
Esto último sí es la aplicación en la vida diaria de la “ciencia con conciencia” y no el alimentar o tratar personas sanas con sustancias que no necesitan. Sobre las hipervitaminosis y vacunas, los invito a visitar mis blogs.
El argumento del hambre... Se habla del crecimiento de la población mundial y de la hambruna y que este aspecto justifica el uso de transgénicos... ¡Por favor! En estos momentos hay miles de personas que mueren de hambre y millones de toneladas de alimentos que son destruidos para impedir que bajen los precios en el mercado. Una distribución equitativa de las riquezas que nos da el planeta bastaría para terminar con el hambre actual del mundo.
Además, en varios países se practica la agricultura vertical, con lo cual se soluciona el problema futuro de espacio para sembrar. El problema de la alimentación mundial no es el motivo que mueve a las transnacionales; lo que los mueve es el dinero, el presentar ganancias a sus accionistas (quienes posiblemente estén consumiendo vegetales orgánicos) a cualquier precio, sin importarles si tienen que comprar conciencias o anular a alguien que no es consciente.
Así que no se sorprenda si le ofrecen dinero por su opinión.
Los comentarios de los que el viceministro Rojas llama “falsos profetas” no se van a hacer realidad en una o dos décadas más. Son las generaciones del futuro las que van a sufrir las consecuencias de la “ciencia corporativa”, como lo sufren en Norteamérica y otras zonas del mundo las generaciones actuales, por las costumbres y recomendaciones dietéticas erróneas que se dieran hace varias décadas (pirámide alimentaria del USDA de 1992).
Si no queremos tapar el Sol con el dedo en la era de la información, debemos mantenernos leyendo, sin perder la capacidad de discernimiento.

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